En un cálido día de primavera de 1974, la familia Betz paseaba por su propiedad en Fort George Island, Florida. El paisaje mostraba las cicatrices de un reciente incendio forestal. Mientras evaluaban los daños, algo brilló entre las cenizas, un objeto perfectamente redondo y brillante, de color plateado, contrastando con la oscura tierra. Era una esfera pesada de 20 centímetros que pesaba alrededor de 10 kilos, con una superficie perfectamente lisa y sin marcas. Al principio, la esfera parecía una curiosidad extraña pero inofensiva. Quizás era una bola de cañón de exploradores olvidados o incluso un viejo trozo de maquinaria industrial. Pero a medida que la familia Betz la llevó a casa, el objeto comenzó a revelar cualidades extrañas, casi de otro mundo. El hijo de la familia, Terry Betz, un estudiante de medicina de 21 años, fue el primero en notar algo inusual. Una noche, mientras tocaba la guitarra, la esfera comenzó a zumbar y vibrar en respuesta a la música. No era solo una resonancia pasiva; las vibraciones se sentían deliberadas, como si la esfera estuviera viva y reaccionara ante el sonido.
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